viernes, 31 de julio de 2009


Lo sabés
Sos capaz de entender cuando se estrecha el día y esa biengastada osamenta parece quebrarse en el absurdo intento de deslizarse unos pocos centímetros más hasta apenas rozar con la aguda, tiritante punta de los dedos el extremo de la obstinada inquietud buscando el filo benévolo del adormecimiento. Sentís el don de la suficiente aptitud como para persuadir al aire, por pesado que se te apersone y turbulento, de permitirte, por ahora, algún que otro piadoso minuto más de vida. A pruebas fidedignas te remitís cuando osás afirmar que podés ver con bastante claridad, a través de la nebulosa y las manchas oscuras del error, más allá de cualquier engaño que amenace con embestir tu débil incredulidad para narcotizarte de nuevo... “Yo se quien sos” –le decís- “Te he visto muchas otras veces en muchas otras esquinas, pero entrá, siempre y cuando conozcas la puerta de salida y la hora exacta de atravesarla”. Te las has arreglado, a falta de inteligencia, para surtirte de variadas opiniones, referencia e información que barajás cien veces antes de exponer los naipes de manera aleatoria y elegir la combinación que más te plazca conforme a cada circunstancia. O adecuarla. Y hasta darla por cierta. Aprendiste a callar cuando el caudal de tu decir ansioso desborda el cauce de los deseos de escuchar, y a hablar hasta por los codos cuando está vacío de discurso pero el silencio cruzaría peligrosamente las paralelas amarillas. Te desenvolvés de un modo sorprendente cuando de justificar se trata, incluso ante vos, el estrictamente planificado caos que reina por doquier, reemplazando (así de sencillo) el término Maldad -o cualquiera otro mas o menos equivalente- por “tendencia de vida”. Reconocés, aunque con frecuencia debas, a priori, calzarte muy bien los lentes, cuando el entorno en que te hallás, -al margen de las diversas eventualidades que allí pudieran haberte conducido- dista horrores de ser aquél al que pertenecés, si acaso existiese tal, cosa que por otra parte, no goza de tu fe desde hace ya bastante tiempo. Continuás trepando, con la tozudez que te caracteriza, peldaño a peldaño, pese a haber caído en la cuenta de estar haciéndolo por una escalera mecánica descendente... ¡Qué chasco! ¿No? Tanto esfuerzo dedicado a la absurda ilusión de estar subiendo. Te asistió en incontables ocasiones un impulso de adicional energía gracias al cual tuviste una fugaz instantánea a colores de la meta que ya habías rotulado sin dudarlo, Era la Tuya. Te rendiste también, -tanto como te aferraste a la porfía de triunfar- dejándote arrastrar por la inacción, ondulando la creencia de arribar, por contraste, a un piso, una base, un sostén... o un descanso... pero únicamente la infinitud de un abismo fue tu anfitriona. Y te lanzaste con gélido terror en nueva carrera a reencontrarte con el viejo escupitajo que se te ocurrió aquél día clavar en el escalón que resultó esclarecedor del continoum ciclus. Y hay más. Y no hay nada. Dejá que suceda. Lo sabés, al menos lo sabés. Entretanto... seguí escalando.

No hay comentarios: